Es bastante difícil el
intentar separarse de la pareja sentimental con quien se han compartido en
muchos años de matrimonio, tantas derrotas y victorias, pues un lazo más allá
del amor comienza a fortalecer su unión, después de soportar dolor, lagrimas, tristezas
y circunstancias que nos son demasiado adversas; compartiendo lluvia y sol, riqueza
y pobreza, calor y frío, aprendemos a valorar más la alegría, el amor, la
felicidad y a la pareja; pero cuando dejamos que
nuestros recíprocos errores nos lleven al terreno de la desconfianza, los celos
y la rutina, la costumbre se vuelve nuestra peor enemiga, obteniendo el poder
suficiente de mantenernos atados viviendo un verdadero infierno, continuando
juntos compartiendo gastos, responsabilidades, olores y gustos incompatibles,
pretextando el soportarlo todo solo por no darles mal ejemplos a los hijos, por
miedo a la soledad o al que dirá la sociedad; el confundir una desbordante
atracción sexual, con ese bendito y bello sentimiento del amor eterno, convirtiéndonos
en esclavos del deseo, la lujuria y la pasión, al llegar el momento lógico de
la total satisfacción de nuestros bajos instintos animales, volviendo a la
realidad, nos damos cuenta tardía del gran error que cometimos al contraer
matrimonio, en ese instante es cuando las cosas comienzan a cambiar, dejando en el olvido los detalles que nos
conquistaron, dándonos cuenta de forma mutua que no existe nada en común entre
los, más que el deseo carnal que corrompe a los espíritus humanos,
impulsándolos a la infidelidad o el divorcio.
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